04 julio, 2012

¡No señor!


Quería subir otra vez y esta vez estaba dispuesta a no deprimirse ¡No señor!
Esa máquina no era mas lista que ella.
Pasó por la puerta del baño y la miró decidida, una mirada tan intensa como si quisiera derretirla con la mirada.
Se rió imaginando que ocurría, por un momento hubiera estado bien.
Valiente, se desnudó frente al espejo: primero las zapatillas, después los pantalones y finalmente la camisa.
Se quedó mirando su ropa interior desacorde y seguidamente... su rostro...
Tenía unos labios jugosos y rosados que incitaban al beso, sus ojos la miraban grandes y castaños mientras que su pequeña nariz básica quedaba acorde y centrada en su cara.
Seguidamente bajó la mirada y vio sus pechos redondos y grandes que resaltaban voluminosos detrás del sujetador.
Más abajo, su estomago, sus piernas, sus glúteos demasiado grandes, demasiado curvos, demasiado... feos.
Giró la cara.
Desde siempre había sido así.
Veía a las otras niñas, a las otras chicas, a las otras mujeres... nada parecidas a ella. En ningún aspecto.
Eran preciosas de rostro y hermosas de cuerpo.
Los hombres se giraban tras sus pasos y ellas tan dignas los ignoraban.
Se atrevió a volver a mirar.
El estomago formaba pequeñas curvas a sus costados y las celulitis se formaba en sus muslos y glúteos formando recovecos pequeñitos.
Que horror... ¿Qué podía hacer? ¿Algún día cambiaría? 
De repente, una voz grave y unos brazos que comenzaron a rodearla, la interrumpieron de sus pensamientos.
-Hola princesa. ¿Qué haces aquí desnudita? -dijo la voz con dulzura mientras aterrizaba un beso en su cuello.
Era él, el único que la veía como era, la única persona que veía... quien era ella.
-Nada cariño, no hago nada.-dijo ella sonriendo.
Él la cogió de la mano y se la llevó, lejos de allí, así, desnuda; mientras bajo sus ropas se escondía esa máquina no más lista que ella.