Tan bonitas como tu, cariño
Ella, sola, se acercó a la pequeña lápida.
-Hola mi amor. –susurró lenta.
Dejó las preciosas rosas rojas que todas las primaveras
salían a saludarla.
Recogió las marchitas y posó con bastante dificultad, las
nuevas en su sitio.
Que bonitas son...
...Tan bonitas como
tu, cariño’’ recordaba siempre que las miraba.
Cerró los ojos para volver a ver su cara, su sonrisa
traviesa, su pelo rubio.
Ella siempre le dijo que no.
No a todas sus palabras, sus habladurías.
Siempre se hizo de rogar cuando él la abrazaba con esas
palabras de amor tan embaucadoras, tan hermosas que ni ella misma se creía.
Él haciéndose el enfadado, la atraía hasta que ella acababa
besando su cuello y susurrando que si, que era verdad que era hermosa.
Tanto le gustaban sus palabras... tanto... que hubiera dado
su vida para volver a oírlas de su boca, de su cara, de su sonrisa traviesa, de
su pelo rubio,...
Mil veces ella le preguntaba si la amaba, si la quería. Él
mil veces la amó y la quiso con dulzura y rabia hasta que un día... se fue...
lejos de ella... sin avisar.
Pero cada vez que lo visitaba, lo volvía a ver y esta vez no
fue una excepción.
-Mi niño,... mi hombre,... ¿Donde te fuiste? Te eché tanto
de menos... No sabes cuanto te has perdido... Te fuiste tan pronto cariño... aún nos quedaba miles de momentos por amarnos- le decía susurrándole como cuando,
juntos, en la cama, se amaban y como un secreto le confiaba al oído su vida
eterna.
Solo tu... tu y yo.
Él la sonreía y la miraba a la cara mientras le ponía un
mechón detrás de la oreja y la mecía entre sus brazos hasta que los dos
dormían.
Pero entonces, ya, su vieja memoria le fallaba y se volvía
borrosa su cara, su sonrisa traviesa, su pelo rubio,...
Abría los ojos y recordaba donde estaba.
Tocaba su rugosa cara con los dedos largos y rugosos
mientras se decía: Húmeda. Como siempre.
Volvió a mirar la pequeña lápida, dio media vuelta y se
alejó, Ella, sola.
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