Tu mentira es mi verdad
Sentada en su silla desmontable, miraba hacia la penumbra, a
la carretera inmensa que se cernía cerca de ella; rodeada tan solo de dos
fábricas y huertos de secano.
Pensaba en cuantas horas le quedarían aún por estar sin
hacer nada.
Se había maquillado, retocado el pelo y cenado sobras de la
mañana, pero nada. Ni un alma.
Se levanto y comenzó a dar vueltas.
Se preguntaba si Katherina había cenado bien y si mamá le
habría dado chocolate. Siempre le decía a mamá que no lo hiciera, que luego la
niña se pasaba toda la noche con dolor de estomago, pero la pequeña siempre convencía a su abuela
para que le diera un trocito.
Sonreía cada vez que recordaba a su niña.
Con su sonrisa, sus ojos verdes del abuelo y su pelo rubio
cortito.
Tan solo 6 años y hablaba como si tuviera 40. Era su alegría
al volver a casa.
El frío y el sonido de un coche acercándose, la distrajo de
sus pensamientos. Era hora de trabajar.
Ningún coche se entretenía en pasar por ese camino si no era
por obtener algún servicio.
Un Citroen saxo paró junto a ella y detrás de la ventana
bajada del piloto, surgió un hombre de unos 50 años.
Tenía un bigote rubio estilo Burt Reynolds y era calvo.
El típico cliente: Barriga cervecera y entre 40 y 60 años.
Siempre procuraba olvidar las caras de todos los hombres que
pasaban por ella, pero este ya le sonaba de otras veces.
Pidió lo que todos, la tarifa que todos pedían en estos
tiempos de crisis:
Bueno, rápido y barato. 20€ la tarifa.
Subió al coche y comenzó su trabajo.
Como todos, comenzó a insultarla, a llamarle zorra, puta,
guarra,… pero ella siempre callaba.
Le pegaba en la cara, en las nalgas, en la cabeza,… pero
callaba.
Ese hombre olía a bar, a vomito, a sudor… y callaba.
Siempre muda, ni una palabra.
Cuando hubo terminado, le tiró el billete fuera del coche y
la empujo fuera del mismo.
Luego, seguidamente, arrancó el coche y con una humareda de
polvo tras él, la dejó en la cuneta; sola.
El polvo la hacía toser, pero ya estaba acostumbrada a
tratos peores que ese.
Agarró el billete, se lo guardó y otra vez estaba ella;
sola, en esa carretera, sentada en su silla desmontable, mirando a la penumbra,
a la carretera oscura,…