25 abril, 2012

Tu mentira es mi verdad


Tu mentira es mi verdad



Sentada en su silla desmontable, miraba hacia la penumbra, a la carretera inmensa que se cernía cerca de ella; rodeada tan solo de dos fábricas y huertos de secano.
Pensaba en cuantas horas le quedarían aún por estar sin hacer nada.
Se había maquillado, retocado el pelo y cenado sobras de la mañana, pero nada. Ni un alma.
Se levanto y comenzó a dar vueltas.
Se preguntaba si Katherina había cenado bien y si mamá le habría dado chocolate. Siempre le decía a mamá que no lo hiciera, que luego la niña se pasaba toda la noche con dolor de estomago,  pero la pequeña siempre convencía a su abuela para que le diera un trocito.
Sonreía cada vez que recordaba a su niña.
Con su sonrisa, sus ojos verdes del abuelo y su pelo rubio cortito.
Tan solo 6 años y hablaba como si tuviera 40. Era su alegría al volver a casa.
El frío y el sonido de un coche acercándose, la distrajo de sus pensamientos. Era hora de trabajar.
Ningún coche se entretenía en pasar por ese camino si no era por obtener algún servicio.
Un Citroen saxo paró junto a ella y detrás de la ventana bajada del piloto, surgió un hombre de unos 50 años.
Tenía un bigote rubio estilo Burt Reynolds y era calvo.
El típico cliente: Barriga cervecera y entre 40 y 60 años.
Siempre procuraba olvidar las caras de todos los hombres que pasaban por ella, pero este ya le sonaba de otras veces.
Pidió lo que todos, la tarifa que todos pedían en estos tiempos de crisis:
Bueno, rápido y barato. 20€ la tarifa.
Subió al coche y comenzó su trabajo.
Como todos, comenzó a insultarla, a llamarle zorra, puta, guarra,… pero ella siempre callaba.
Le pegaba en la cara, en las nalgas, en la cabeza,… pero callaba.
Ese hombre olía a bar, a vomito, a sudor… y callaba.
Siempre muda, ni una palabra.
Cuando hubo terminado, le tiró el billete fuera del coche y la empujo fuera del mismo.
Luego, seguidamente, arrancó el coche y con una humareda de polvo tras él, la dejó en la cuneta; sola.
El polvo la hacía toser, pero ya estaba acostumbrada a tratos peores que ese.
Agarró el billete, se lo guardó y otra vez estaba ella; sola, en esa carretera, sentada en su silla desmontable, mirando a la penumbra, a la carretera oscura,…

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